JONAS

Vivir versus sobrevivir. No callarse, saber decir no, saber decir sí, recuperar el valor de la palabra, decir lo que es no lo que conviene ser. Palabras: Gabinete de publicidad del ego, defensoras de poses idiotas. Quiero palabras menos putas, palabras desde el fondo que respondan a un sentimiento, al menos a una aparente verdad. Me quedo con la música: Idioma universal, paraíso de los idiotas, vacía de palabras hasta que el hombre las cure.
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jueves, 12 de julio de 2007

LA CIUDAD DE LAS SOMBRAS







Una vez los músicos tocaron en la Avenida de los Francotiradores. Durante un breve periodo de tiempo no hubo balas ni muertos, al menos en aquella zona de la Ciudad de las Sombras. Les acompañó un día luminoso con un sol radiante brillando en el cielo azul. Esa vez eligieron el Concierto para cuerda en Sol mayor de Vivaldi.
Atacaron con fuerza. Presto. Los acordes se sucedían bañando las almas de los ciudadanos escondidos que esperaban el momento adecuado para salir, en una de esas cotidianas carreras suicidas, a por agua o en busca de algún alimento. Pero nadie quiso correr entonces. Al menos durante el tiempo en que los músicos llenaron de melodía el aire calmo que acariciaba los esqueletos de los edificios, la negra sombra de la muerte que se apoyaba en los desnudos troncos de los árboles.
Tampoco sonó ningún disparo desde las colinas cercanas. Dios había bajado del cielo esa mañana y paseaba disfrazado de acorde entre los demacrados rostros de los niños, por los muñones sucios de los heridos, entre los mudos recovecos de los sexos muertos y profanados de las mujeres jóvenes. Dios estableció una tregua que duró solo un tiempo, el tiempo de la vida, el tiempo de la esperanza. Y cuando llegó el Adagio la gente se acercó a los músicos que seguían tocando con las pupilas encendidas y algunos ojos se llenaron de lágrimas y aquellos acordes largos, aquellas notas simples y poderosas se apoderaron de sus almas y la esperanza brilló de nuevo en las miradas de los muertos vivos, de los asediados, de los masacrados. Y un paréntesis de paz brotó en la avenida de los asesinos y nadie de los presentes recordó ser tan feliz nunca como en aquellos instantes en que la música sonó desplazando el odio y la locura.
Más tarde el Allegro hizo brotar sonrisas y algunos tocaban palmas y otros llegaron a bailar, torpemente porque hacía mucho tiempo que no se bailaba en la Ciudad de las Sombras. Y ese baile era una promesa y una esperanza y un canto a la paz que habita más allá de los intereses y de los dioses. Y las distancias entre aquellos hombres se hicieron tan mínimas que casi no existían y el cielo pareció cercano y algunos volvieron a creer en ángeles, en sueños, en ademanes concretos, mínimos, cotidianos que expresaban humanidad, certeza, seguridad, amor.
Y al fin un retardando anunció el final y luego hubo un silencio denso, hermoso. Un silencio que solo puede habitar en los tiempos que se detienen, en los tiempos mudos que dan sentido a la música.
Y luego una bala atravesó el cerebro de un niño y la magia se durmió.

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